Érase una vez la F-1
JOAN VILLADELPRAT 31 MAR 2014 - 08:47 CET
Ahora que gran parte de los aficionados recelan de las consecuencias (sobre todo sonoras) de los cambios en el reglamento técnico, yo añadiré un poco más de leña al fuego. Si creo no equivocarme al pensar que los pilotos de hace 20 o 30 años eran más valientes porque en su caso se jugaban la vida cada vez que se subían al coche, no tengo ninguna duda de que los propietarios de los equipos de entonces lo eran infinitamente más que los actuales.
La mayoría de escuderías de hoy están dirigidas por un grupo de representantes procedentes de los distintos accionistas, y que incluso pueden tener intereses diferentes. Eso dificulta la toma de decisiones, en parte porque nadie quiere arriesgarse a pifiarla y tener que cargar con el muerto. Yo vengo de una época en la que los dueños decidían de forma más o menos unilateral y sin apenas consultar a nadie más que a su gente de confianza. Aquello ya queda muy lejos, aunque afortunadamente aún tenemos algunas excepciones. Los últimos exponentes son Ron Dennis, de vuelta en McLaren, Frank Williams y Dietrich Mateschitz, el magnate de Red Bull. Si echamos un vistazo a la parrilla, fácilmente nos daremos cuenta de ello.
Ron Dennis, Frank Williams y Dietrich Mateschitz han sido valientes al arriesgar en la elección de los pilotos
En una temporada tan delicada como esta, estos tres ejecutivos no han tenido ningún reparo en arriesgar en una decisión tan comprometida como la elección de sus pilotos. En Red Bull lo han hecho por partida doble, al promocionar a Ricciardo desde Toro Rosso y colocar al australiano al lado de un tiburón como Vettel, y echando a los leones a Daniil Kvyat, un chaval ruso de 19 añitos que aterriza de la GP3, y que fue una de las sensaciones en Australia al volante de Toro Rosso.
Lamentablemente para Kvyat, su gran rendimiento en Melbourne (noveno) quedó camuflado por la estrepitosa irrupción de Kevin Magnussen (segundo), el danés de 21 años con el que Ron Dennis pretende cicatrizar la herida abierta que le hizo Hamilton al marcharse a Mercedes. Williams, por su parte, ya no ejerce de jefe de la compañía que en su día fundó, pero en según qué ámbitos su voz aún se tiene en cuenta, especialmente si tenemos en cuenta que quien maneja el cotarro es Claire, su hija. En este caso, seguro que Frank apostó decididamente por darle el volante al finlandés Bothas.
Este tipo de determinaciones que hace tiempo eran muy habituales ahora se han convertido en excepcionales por distintos motivos, básicamente tres: el inmovilismo de los miembros de los consejos directivos que viven atemorizados por el miedo a equivocarse; la falta de rodaje de los jóvenes, consecuencia de la escasez de entrenamientos; y la desigualdad en la distribución de los beneficios. Si antes podía haber un par de equipos que debían recurrir a los corredores de pago para subsistir, ahora esta tipología ha aumentado a cinco o incluso seis, circunstancia que no deja margen para demostrar la valentía de nadie.
Es una insensatez que Marussia, con un presupuesto que a duras penas llega a los 60 millones, figure en la misma parrilla que Mercedes, Red Bull o Ferrari, que pueden llegar a invertir más de 200. Contrastes tan gigantes no se van a resolver con esa entelequia del límite presupuestario, sino con un reparto del pastel más regular.
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