por Senna4ever » 30 Octubre 2006, 23:28
FERNANDO CONDE
29 de julio de 1973. Circuito de Zandvoort, Holanda. Después de haber causado sensación en todas las categorías inferiores del automovilismo de competición, el inglés Roger Williamson disputa su segunda carrera en Fórmula 1. A pesar del buen tiempo obtenido en los entrenamientos, un fallo en el encendido le obliga a partir desde la última posición. En siete vueltas habrá logrado superar a otros tantos coches y enfilar, como alma que lleva el diablo, el negociado de la curva Scheivlak, que es la antesala de un infierno llamado Hondenvlak. En ese mismo lugar, tres años antes, Piers Courage perdía la vida al no poder huir de las llamas que consumían su Williams-De Tomasso. Con el acelerador aplastado contra el chasis, Scheivlak se aproxima, y Williamson apura hasta la última milésima antes de girar el volante completamente a la derecha, sin percatarse de que la mala suerte, en forma de pinchazo, hace autostop en aquel tramo. Hondenvlak, entonces, se abre como una quimera imposible de izquierda y derecha. Irremediablemente su coche se estrella por dos veces y acaba ruedas arriba sobre la cuneta. Y ahí es donde las cámaras de televisión enfocan a un individuo que corre desesperadamente hacia el coche accidentado que ya ha comenzado a arder. Se trata de David Purley, un adversario que unos segundos antes caminaba tras la estela del coche de Williamson y que, al contemplar la tragedia, no duda en detener su máquina y correr en auxilio de su compañero.
Las imágenes son sobrecogedoras y se clavan en la retina como aquellas de la niña Omaira Sánchez en la erupción del Nevado del Ruiz, o las de la mujer que trata de incorporarse sobre sus muñones calcinados en Vallecas, cuando ETA también atentaba en barrios obreros. En Zandvoort, mientras tanto, Purley desafía las llamas que rodean el coche de Williamson y trata de girarlo a empujones. Todo es inútil. Desesperado pide ayuda a un par de hombres que le observan paralizados. Incluso, en un arranque de locura, cruza varias veces la pista de un lado a otro sorteando coches para arrebatarle el extintor a uno de aquellos tancredos. Williamson, atrapado en su incandescente nicho, se desgañita pidiendo ayuda: «David, por Dios, sácame de aquí». Pero para entonces, ya la muerte se ha calzado su dentadura y se dispone al festín. El esfuerzo y la heroicidad de Purley, herederos del arrojo y el valor demostrados en la II Guerra Mundial, acaban en un llanto impotente y ahogado contra el quitamiedos del circuito. Y aquí es donde hacen su aparición las formas y el fondo.
Constatada la muerte de Williamson «in situ», una fría sábana cubre los restos del piloto calcinado y de su calcinada montura. La carrera continúa. Jackie Stewart se proclama vencedor del G. P. de Holanda de 1973. Durante 64 vueltas, los pilotos pasan junto al cadáver de su compañero-adversario sin que ninguno se percate de ello. Hoy en día, tan atentos a las buenas maneras, tan adictos a lo políticamente correcto, tan cuidadosos a la hora de cogérnosla con papel de fumar, sería impensable una carrera al rojo vivo con un muerto de cuerpo presente. Pero más, si cabe, sería impensable hoy en día que un piloto dejara de lado los intereses de su equipo, su palmarés impoluto, su cuenta millonaria y la pulcritud de su inmaculada estadística para auxiliar a un compañero en apuros. Sin duda, hemos ganado mucho en formas, pero ¡y lo que hemos perdido en tuétanos, en féculas, en honduras, en profundidades, en valores, en heroicidades y en arrebatos del corazón! Ya lo dijo una vez Jackie Stewart, el ganador en aquel infausto día: «vamos camino de un mundo sin papel y lápiz». Tal vez, porque lo que hayamos de escribir ya no merezca la pena.
"Mis Rivales no me quieren porque mi pecado es ser el más veloz" Ayrton Senna Da Silva