Dos autos de carreras con turbocompresores luchan en una pista laberíntica. Solo uno de ellos cruzará la meta.
Es un domingo soleado en Mónaco, a mediados de mayo, después de cuatro días de neblina y lluvia. Sin amilanarse por el mal tiempo, 120.000 personas han hecho el peregrinaje, en esta primavera de 1988, hasta la más atractiva carrera de autos en la calle: el Gran Premio de Mónaco de Fórmula Uno.
Hoy, todas las miradas se concentran en el corredor de autos brasileño Ayrton Senna, conocido como "El Mágico", y en el francés Alain Prost, "El Profesor". Ambos, verdaderas estrellas de la máxima categoría del automovilismo, van en este momento uno tras la cabeza del otro.
Prost, el piloto más completo de este deporte, está pugnando este año por obtener su tercer campeonato mundial; el brasileño Senna, el as de reciente encumbramiento, se afana en conseguir su primer galardón supremo.
Aunque a todas luces son compañeros, ya que ambos van al volante de autos Marlboro McLaren Honda MP4/4 y llevan el overol rojo del mismo equipo, en realidad poseen personalidades fundamentalmente antagónicas y estilos opuestos: Caín y Abel, en autos de carreras. Prost confiesa: "En ocho temporadas de carreras de Fórmula Uno, nunca me he enfrentado a un compañero de equipo tan amenazador como Senna". Estarán enfrascados en un duelo durante siete meses, en 16 países y cuatro continentes, y después de la carrera final en el circuito australiano de Adelaida, en noviembre, el ganador podrá reclamar con derecho los laureles del mejor piloto del mundo.
En 1987, Senna, en un Lotus turbo, le arrebató a Prost la palma de Monte Carlo, que este se había llevado los tres años anteriores. Al llegar a la carrera de hoy, la temporada 1988 está empatada 1-1, ya que Prost ganó la carrera inicial de Rio de Janeiro, y Senna dominó la pista cuatro semanas después, en San Marino. La combinación entre la cercanía de sus puntuaciones y el encanto del lugar de la justa ha contribuido a inflamar su implacable contienda.
El Mágico y El Profesor hacen danzar sus botas rojas incombustibles entre el embrague y el acelerador, desatando un infierno automotor: rechinos metálicos, humo azul, olor a pólvora, neumáticos anchos de carrera que sisean como bistés en una parrilla caliente y... ¡arrancan! Senna le gana la delantera a Prost y a otros 24 guerreros de la pista; todos van oprimiendo hasta el fondo el acelerador, todos intentan ensartar la misma aguja, ante la primera curva cerrada hacia la derecha, frente a Saint Devote, del siglo XVIII.
En la tribuna de honor de color carmesí, en la línea de salida, el príncipe Rainiero de Mónaco, su hijo Alberto y su seductora hija Estefanía, parpadean al mismo tiempo al pasar los bólidos de Fórmula Uno, de gigantescos motores.
Además del gentío que se agolpa en Monte Carlo, cientos de millones de televidentes en más de 20 países presencian la carrera.
Para los ases del volante, el circuito de 78 vueltas de Mónaco representa la carrera que cada uno sueña con ganar. El minúsculo Principado le confiere cierto sello de nobleza al ganador.
Enclavado entre los Alpes y el Mediterráneo, el circuito empieza en el Bulevar Alberto I, luego se angosta súbitamente en la curva hacia la derecha de Sainte Dévote, y parte veloz cuesta arriba, hacia el Casino. Allí, los contendientes, que entonces aceleran a fondo, pasan el Hotel de París y luego enfilan cuesta abajo hacia el muelle, el túnel y el puerto de yates. Al dar vuelta a la Piscina bajan a la tercera velocidad y luego a primera, para tomar el recodo alrededor del Restaurante Rascasse, antes de retomar el Bulevar Alberto I y pasar los boxes, hasta la línea de arranque.
La carrera requiere hacer 2900 cambios de velocidad en menos de dos horas: en promedio un cambio cada dos segundos y medio. Tiene un túnel y un trayecto por el muelle, pero no hay grava ni hierba, y existen muy pocas salidas; no hay espacio para titubeos. Los autos van equipados para recorrer la distancia total de 260 kilómetros sin detenerse a cargar combustible. Los neumáticos pinchados, las fugas de combustible y otras calamidades de la pista simplemente dan al traste con las posibilidades de ganar.
Los autos mismos escapan a toda descripción. Son como naves espaciales que cuestan un millón de dólares, con la tercera parte del peso, pero cinco veces la potencia de un auto deportivo BMW; cada uno lleva unas 1500 piezas ligeras, sin contar el motor. Las aletas aerodinámicas son capaces de crear una fuerza de adhesión de una tonelada y están construidas de fibra de carbón, cinco veces más resistente que el acero. Los engranes de las válvulas y las bielas son de titanio extraligero. Tan duras que deben soldarse al vacío. La cabina se fabrica de Kevlar a prueba de balas.
Prost y Senna tendidos casi horizontalmente, están como encerrados en un capullo dentro de la cabina, a la quemante temperatura de 50° C. En estos cohetes terrestres de silueta achaparrada, el asiento del conductor casi raspa el pavimento a 280 k.p.h. Ciento cincuenta litros de combustible muy inflamable van exactamente detrás de su cabeza. A unos cuantos centímetros de sus oídos, las estruendosas ruedas de compresión giran vertiginosamente a 200 r.p.s., mientras los tubos de escape refulgen a una temperatura que es casi lo doble del punto de fusión del plomo.
La muerte es una posibilidad omnipresente: desde 1954, 25 pilotos han muerto de lesiones relacionadas con estas carreras. Para disminuir el riesgo, el volante de un auto de Fórmula Uno, del tamaño de un plato, es desmontable, para escapar fácilmente. Debajo de las rodillas del conductor hay un extinguidor del tamaño de una linterna de mano, y una "botella salvavidas", con suficiente aire comprimido para respirar durante 30 segundos, el tiempo que tardarán los equipos de rescate en apagar cualquier fuego. Más de 500 comisarios de pista están estacionados a intervalos de 15 segundos de trayectoria, a lo largo del circuito de Mónaco. Un médico hace guardia cada 90 segundos de recorrido.
Hoy, la salida de El Profesor provoca aullidos de entusiasmo: la mejor de la temporada. Pero luego, al tirar precipitadamente de la palanca de velocidades de titanio, no entra la segunda. Ese error fugaz deja espacio suficiente para que el Ferrari del austriaco Gerhard Berger se cuele entre Prost y Senna, que ha tomado la delantera. Mientras Prost va embotellado detrás del Ferrari, menos potente, el raudo brasileño desaparece en el horizonte.
En la hermandad de pilotos de autos de carrera, de Indianápolis a Le Mans, se considera que Alain Prost es el hombre de peligro. Este piloto de 34 años, con cuerpo de jockey, hijo de un fabricante de muebles de Auvernia, es el mejor corredor que se haya colocado jamás al volante. Nadie ha ganado más carreras de Gran Premio ni ha acumulado más puntos para el campeonato mundial.
El Profesor se ganó este apodo por su precisión estudiada y juicio certero. A su estilo se le ha calificado de "impecable", "calladamente agresivo" y "engañosamente suave". Ahora reduce la velocidad para tomar la serie de curvas hacia la derecha y hacia la izquierda, por el muelle, a la sombra del Ferrari. Pegado a su escape, es golpeado por la resaca aerodinámica. Empareja su McLaren con el bólido de Berger, lo finta y lo hostiga; entra y sale: tal es la táctica evasiva de Prost.
La Fórmula Uno es un duelo de inteligencia. Los grandes pilotos como Prost azuzan a sus oponentes, esperando inducirlos a cometer errores: fallas al cambiar velocidades, frenada anticipada, exceso de aceleración. Como ha dicho Prost, "Mónaco es la carrera del gato y el ratón". Hoy, está esperando el mejor momento para lanzarse al ataque, pero sus frenos están calientes y duros. Su pie derecho esta muy ampollado, de tanto cambiar del freno al acelerador. Lo que más le preocupa es el desagradable rocío viscoso de los neumáticos traseros de Berger. Más tarde declaró: "Me estaba cubriendo de aceite y de agua. Tenía que quedarme atrás cada dos o tres vueltas, para limpiar mi visor".
Durante más de una hora Prost ha elaborado mentalmente su ataque, y ahora, en la vuelta número 54, intenta el lance. Finge retrasarse y luego, al tomar la curva del Rascasse, percibe una brecha momentánea en la defensa del austriaco. Fuerza su turbo, se clava a la derecha, pasa como exhalación junto al sorprendido Berger y así ocupa el segundo lugar. Ahora fija la mirada en su Némesis brasileño, que desaparece pista abajo. Senna lo aventaja por 48 segundos, una eternidad en las carreras de Fórmula Uno, donde un auto puede recorrer la longitud de una cancha de fútbol en menos de un segundo.
Ayrton Senna es un arriesgado, cuya abierta acometida se combina con un increíble control del vehículo. En las prácticas en Mónaco ha sido devastador, inalcanzable, haciendo tragar polvo a El Profesor y rescribiendo el libro de texto. En los boxes los mecánicos apuestan a la coronación del joven.
"Ayrton se arriesga demasiado; yo no voy a llevar mi auto tan cerca del límite como él lo hace", comenta Prost. En verdad, nadie es más osado que Senna cuando se trata de manejar en medio de un diluvio, entrar y salir del tráfico lento o dar una vuelta de calificación como si fuera un kamikaze con los ojos cerrados. "Cuanto más adversas sean las condiciones, más me gustan" asevera El Mágico, que encuentra un placer perverso en los topes y las tapas de alcantarilla, los obstáculos inesperados que tanto detesta Prost, de un circuito callejero como el de Mónaco.
El brasileño se dirige ahora hacia la rápida curva, hacia la izquierda, alrededor de la Piscina, de las más pronunciadas que puedan encontrarse en Fórmula Uno, y donde los expertos se diferencian de los novatos registrando segundos menos de tiempo. Es una vuelta cerrada que debe tomarse en cuarta y a la que repentinamente sigue otra: un culebreo, a 225 k/ph, entre paredes de concreto.
No obstante su cómoda ventaja, Senna lanza su auto por estas temidas "eses" más veloz que los demás y se acerca peligrosamente a las barreras metálicas, capaces de lanzarlo dando volteretas hasta la bahía. En el último instante, aplica los frenos tan bruscamente como puede, durante el lapso más breve posible.
Cuando faltan apenas 22 vueltas por recorrer, Senna aventaja a Prost por casi un minuto y parece poco menos que inalcanzable. Por tanto, Prost, maestro de la ofensiva psicológica, decide lanzarse contra el talón de Aquiles del brasileño: su hambre de victoria a cualquier precio. En la vuelta 57, acelerando por el Bulevar Alberto I frente a los boxes, El Profesor logra sorpresivamente el mejor tiempo en una vuelta en toda la carrera (1:26.714), mejorando el tiempo de Senna por dos segundos. El Profesor está explotando la pasión de Senna por ganar.
Al pasar las pizarras de los boxes, donde está anunciada la vuelta más rápida de Prost, Senna se enardece. El Mágico no va a dejar pasar esa ráfaga de velocidad de El Profesor.
En las vueltas 58 y 59 acepta el reto de Prost, conduciendo con mayor celeridad y más enérgicamente que antes. Temerariamente, logra dos vueltas en tiempo récord, una tras otra. Los espectadores se quedan con la boca abierta: los dos más grandes pilotos de carreras del mundo parecen dispuestos a enfrascarse en un duelo a muerte.
En los boxes de McLaren, el angustiado director del equipo Ron Dennis, habla por radio a Senna: "No estás bajo presión; Alain no tiene oportunidad de alcanzarte. ¡Cálmate!" Senna puede calmarse cuando esquía sobre el agua; puede hacerlo cuando juega con sus modelos de aviones a escala; pero no en un auto de carreras. Sin embargo, siguiendo instrucciones, baja la velocidad a un tiempo tres segundos más lento que la vuelta anterior. Pero en cuanto cede la velocidad, lo mismo pasa con su concentración. Casi a un minuto por delante del grupo y al tomar la curva de Portier, en el muelle, su neumático derecho delantero roza el riel interior. Sus frenos se amarran, y rebota contra una barrera metálica. "¡Me estrellé! ¡Me estrellé!", comunica a Ron Dennis.
Un solo error en tres días -aún tomando en cuenta los recorridos de práctica- de manejo impecable.
¿Qué salió mal? El Mágico mismo no ofrece ninguna excusa. Después declaró: "Cometí un error; eso es todo". Su rostro está sin expresión; parece estoico y resignado cuando sale de lo que queda de su auto.
Senna se quita el casco y los tapones de los oídos, mientras ve a Prost pasar por Portier. El brasileño frunce el entrecejo y escupe. Su apartamento está a unos cuantos minutos a pie de las marcas de patinada que dejó en el pavimento de la Avenida Princesa Grace. Con el casco en la mano, camina hasta su casa, desconecta el teléfono y se da una ducha. Por el momento, su magia ha desaparecido.
Prost oprime con el ampollado pie derecho el acelerador, forcejea con la palanca de velocidades para meter tercera y recorre las curvas de la Piscina por última vez. En la meta final, la policía acordona el palco real, donde el Príncipe y su familia están de pie. Al pasar frente a la bandera a cuadros, El Profesor quita la mano izquierda del volante, aprieta el puño y lo estira hacia el cielo.
Desde Mónaco hasta Adelaida, Prost y Senna se alternaron en las victorias ganando entre los dos 15 de las 16 carreras del año. Al final el enérgico Senna se llevó el campeonato, con ocho triunfos contra siete de Prost.
Autor: Stewart McBride
-Condensado de "Go"(Noviembrede1988)
-Traducción Roland Barthel
Saludos Ernesto Padrón
NdelaR: excelente articulo suministrado por ERNESTO PADRÓN miembro de PASIONF1.COM. Realmente textos como este son verdaderas joyas que nos trasladan en el tiempo y nos hacen disfrutar de esos momentos. Algunos que vivieron esta competencia la evocaran y los que no pues la imaginaran con todo detalle…