Un tenorio al volante de un Ferrari
"Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí"
Don Juan Tenorio (José Zorrilla), acto I, escena XII
El salón principal del Hotel Ritz de Barcelona rebullía de gente aquella noche de sábado de octubre de 1948, y no solo por la clientela habitual. Al día siguiente iba a celebrarse en el circuito urbano de Pedralbes el Gran Premio de la Peña Rhin de Fórmula Internacional 1 y eran varios los pilotos que se alojaban en el hotel, lo que había atraído a muchos aficionados y curiosos con la ilusión de ver a sus ídolos de cerca. Ya era tarde y los pilotos titulares se habían retirado a sus habitaciones, así que el público se congregaba en el salón principal, donde acaparaba la atención un apuesto personaje vestido con un elegante traje de lino, que con un vaso de gin-tonic en una mano y una guapísima mujer en la otra hablaba en alta voz para todo aquel que quisiera escucharle.
.- Lo que yo te diga, si el Maserati no hubiera gripado mañana estaba en la parrilla de salida, pero yo, como Felipe II ¡no puedo luchar contra los elementos!
.- Mi amor, si así es mejor... podremos ver la carrera juntitos, desde la tribuna
La mujer se arrebujaba, zalamera, entre sus brazos.
.- ¡Julio! ¡Julio!
.- ¿Qué hay?
.- Ven inmediatamente. Sommer está con fiebre y no puede pilotar; he hablado con Tarabussi y me dice que si pones 20.000 pesetas mañana corres con el Ferrari.
.- ¿20.000 pesetas? ¡Y el doble también! ¿Será por dinero? Vamos a cerrarlo, Vargas
Julio, con los ojos brillantes, se libró del abrazo de la mujer.
.- Cariño ¿me llevarás mañana a la parrilla de salida, o vas a invitar a tu mujercita?
.- Ni a ti ni a ella, guapa; mañana solo tendré ojos para el Ferrari ¡Camarero! Todo lo que se sirva en la barra esta noche, lo apunta en la cuenta de mi habitación ¡Hoy invito yo!
Y Julio González-Pola, que tal es el nombre de nuestro personaje, salió del salón del hotel entre aclamaciones, parabienes y abrazos de la concurrencia, casi como si hubiera ganado ya la carrera del día siguiente.
El día de la carrera
El domingo Julio se presentó en el box del equipo italiano para conocer el Ferrari 125 con el que disputaría el Gran Premio. Allí saludó a los otros dos pilotos titulares de la Scudería, el multimillonario Príncipe Bira, de Siam, y un italiano, Giuseppe Farina. Como hombre de mundo, Julio cumplimentó gentilmente al Príncipe, pero simpatizó inmediatamente con el italiano, quien se presentó como Nino, el sobrino de la persona que hacía las carrocerías de los autos de Ferrari, su tío Pinín Farina. Tarabussi, el hombre de Ferrari en España, tomó la palabra:
.- Este es tu coche
.- No, este es su coche. Vargas, haz lo que te he dicho.
Y Vargas, José Juan Pérez de Vargas, el ingeniero mecánico de confianza de Pola, el mismo que le había arreglado el "fichaje" por Ferrari la noche anterior, sacó de su bolsillo un bote de pintura y trazó una franja amarilla horizontal en la portezuela del monoplaza; con el fondo rojo del Ferrari, había dibujado una bandera española.
.- Ahora sí, este es mi coche.
Tarabussi soltó una carcajada, meneó la cabeza y se dio la vuelta. Pola se dirigió de nuevo a Vargas, ahora ya más confidencialmente, mientras simulaba pedirle fuego para encender un cigarrillo:
.- Estamos de acuerdo; yo inicio la carrera y cuando entre a cambiar neumáticos tú ocupas mi puesto para terminar la prueba. No me olvido que si estoy aquí es gracias a ti.
.- Estamos de acuerdo, Julio.
Pola, al no haber participado en la sesión de clasificación del sábado, debía salir desde el último lugar de la parrilla. Sin conocer el coche, las primeras vueltas tuvo que emplearlas en familiarizarse con el Ferrari, pero pronto gracias mitad a su talento, mitad al ánimo de los 250.000 espectadores que ocupaban las cunetas del circuito urbano barcelonés, escaló hasta las primeras posiciones, codeándose con los grandes de la época. Cuando comenzaron el resto de pilotos a entrar a boxes a por neumáticos nuevos, Pola se mantuvo en pista, lo que le permitió circular varias vueltas en segunda posición, sólo por detrás de su compañero de equipo Farina.
Quizás fuera la magnífica carrera que estaba realizando, quizás la embriaguez provocada por las aclamaciones del público que abarrotaba el circuito, quizás la oportunidad cierta de subirse al podio final, una idea empezó a taladrar la cabeza de Julio mientras enfilaba la calle de entrada a boxes. Con la vista fija en el morro de su Ferrari, veía a los mecánicos cambiarle las ruedas y a su amigo Vargas acercarse para ocupar su puesto.
.- ¡A la mierda!
Julio aceleró para volver de nuevo a la carrera, dejando plantado a Vargas. No llegaría muy lejos, la precipitada salida le llevó a derrapar en el mismo carril de incorporación a la pista y estrellar su monoplaza contra el muro, dando por finalizada su carrera.
La desaparición de Julio González-Pola
.- ¡Recluso González-Pola! Vamos, el alcaide quiere verte en su despacho.
.- Vamos.
Mientras atravesaba custodiado por dos guardias los húmedos pasillos del Penal de Yeserías, Julio recordaba los sucesos de los últimos meses. Lejos quedaba aquel día en que disputó el Gran Premio de la Peña Rhin al volante de un Ferrari 125, carrera que no logró terminar para decepción no sólo suya, sino también de todo el público asistente ¡Cómo le felicitaban al volver al garaje todas las personas con las que se cruzaba! El diario Marca le dedicó al día siguiente una entrevista a doble página. Pero lo mejor fue la carta que le envió unos días después el mismísimo Enzo Ferrari, ofreciéndole un contrato para pilotar para él el próximo año.
¡Cuántas ilusiones se hizo entonces! Pero ya nada de eso importaba; volviendo a Madrid en su coche tras una larga noche de juerga en El Escorial, entrando en la ciudad por la carretera de La Coruña con la amanecida, perdió el control de su vehículo y fue a estrellarse contra el Arco de la Victoria; todo podía haber terminado con una elevada factura de chapa y pintura, pero la fatalidad quiso que se llevara por delante un ciclista, que falleció en el acto. Imprudencia temeraria con resultado de muerte, calificó el fiscal, y pidió para él la pena de prisión por 6 años. Ahora estaba encarcelado a la espera del juicio. En el calabozo le llegó la noticia de que su amigo Nino Farina se había proclamado Campeón del Mundo del recién creado campeonato de Fórmula 1, heredero de la Fórmula Internacional 1 que se disputaba hasta entonces, al volante de un Alfa Romeo.
.- ¿Julio González-Pola? ¿El piloto?
.- El mismo
.- Debe tener usted amigos muy influyentes...
.- Mi padre es un afamado escultor asturiano, las calles de Oviedo están llenas de obras suyas; el mismo Franco le ha encargado varias esculturas conmemorativas para Madrid. Mi tío Emilio es General del Ejército y ha sido condecorado con la Gran Cruz Laureada de San Fernando.
.- Me han llamado... de arriba. Le ofrecen la oportunidad de evitar el juicio, que si me permite decirlo tiene usted perdido.
.- ¿Qué hay que hacer?
.- Desaparecer, marcharse de España, para no volver nunca. ¿Tiene usted dónde ir?
.- Tengo amigos en Venezuela.
.- Perfecto. Pasado mañana cogerá usted un avión para Caracas. Si me permite un consejo, cámbiese el nombre nada más aterrizar; Julio González-Pola tiene que dejar de existir. Prepárese para el viaje, yo me encargaré de avisar a su familia.
.- Estaré listo. Pero no le diga nada a mi mujer hasta que el avión haya despegado.
Julio cogió ese avión con destino a Caracas dos días más tarde, con la única compañía de una hermosa mujer de larga cabellera rubia que no paraba de parlotear acerca de las paradisíacas playas del Caribe y de lo felices que iban a ser. Julio no escuchaba, le importaba un comino lo que decía, en realidad le importaba un comino ella.
La estrella brilla en Venezuela
¿Habría alguien en la Caracas de los años 50 que no supiera quién era Julio Pola? Sus buenos contactos con el Gobierno le habían convertido en un próspero fabricante de material de construcción, su palacete en la urbanización Las Mercedes era el principal centro social de la capital, donde su esposa Elba, rica heredera de una de las grandes familias terratenientes de Venezuela daba las más lujosas fiestas, aunque no eran menos famosas las correrías nocturnas de Julio por los mejores restaurantes y los peores garitos de la ciudad. Pero ninguno de estos sucesos llevaba a Pola un día sí y otro también a la portada de los principales diarios venezolanos; Pola acaparaba los informativos por ser el mejor piloto de automóviles del pais caribeño, habiendo hecho ondear la bandera tricolor de Venezuela en las 12 Horas de Sebring, en los 1.000 Kilómetros de Buenos Aires, y por supuesto en la Palmarejo-Caracas, el Gran Premio de su país.
El piloto venezolano Julio Pola, en quien el perspicaz lector rápidamente habrá reconocido al desaparecido piloto español Julio González-Pola, se había especializado en las carreras de turismos a todo lo largo y ancho del subcontinente sudamericano. Pilotaba Mercedes y Maseratis, pero sobre todo Ferraris, que él mismo compraba y ponía en manos del mecánico español residente en Venezuela Félix Varona, que se los preparaba para las carreras e incluso compartía con él el asiento de piloto en los Grandes Premios.
El aspecto de Julio Pola en los circuitos americanos era imponente. Siempre llegaba a la parrilla de salida vestido con un elegante traje blanco de alpaca y un presumido largo pañuelo del mismo color al cuello; antes de subirse al coche solía compartir un cuba-libre con Varona, mientras se fumaba un cigarrillo despaciosamente. Se midió con los más grandes, con Juan Manuel Fangio, con José Froilán González, con Graham Hill, y salió victorioso muchas veces frente a estos grandes campeones... pero por alguna razón que nadie conocía nunca dio el salto a Europa, a la Fórmula 1. El piloto español Alfonso de Portago le propuso varias veces contratos para correr en España con Pegaso o Hispano-Suiza, pero Julio siempre los rechazaba.
Lo cierto es que Julio Pola era feliz en Caracas; el público le adoraba, las mujeres le deseaban, y él amaba a sus coches, sobre todo a sus Ferraris. En 1958 quedó segundo en el Gran Premio de Venezuela de Turismos, pilotando un Ferrari 250 GT; el piloto ganador conducía el mismo modelo, pero había sido preparado por sus mecánicos para rendir 60 caballos más que el de Pola. Ni corto ni perezoso, en la misma línea de meta Julio se dirigió a su rival y tras felicitarle por su victoria le pidió precio por su coche y allí mismo se lo compró; el dinero nunca había sido un problema para él.
El final de la historia
Julio Pola falleció en Caracas en 1971, enfermo de cáncer. En su lecho de muerte recibió la visita de su mecánico y gran amigo Varona; tras tantos años juntos triunfando en los circuitos, Varona apenas podía contener el llanto.
.- Varona ¿qué te pasa?
.- Julio, yo...
.- Vamos, vamos, lo hemos pasado bien juntos ¿eh?
.- Sí, Julio. Muy bien.
.- Pues entones ¿por qué lloras? He disfrutado de una gran vida. Anda, coge esa botella de champagne y vamos a brindar; he llegado a la meta.
Varona hizo como le decía y cogió la botella de champagne francés del mueble-bar. Antes de abrirla, fijo sus ojos en los de Julio, que asintió con la cabeza; Varona agitó violentamente la botella, la descorchó y roció con espuma a su amigo. Julio sonreía mientras el champagne le impregnaba la cara, cerró los ojos y se vio de nuevo en lo más alto del podio, recibiendo los vítores de la multitud. Así murió el venezolano Julio Pola, el español Julio González-Pola, el Don Juan Tenorio del siglo XX que un día pilotó para Ferrari en Barcelona.
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