por Delco » 11 Julio 2013, 23:55
El argentino podia rematar su quinto título en aquella mítica carrera. Curiosamente, la dinámica de la prueba guardaba ciertas similitudes con el presente. El Maserati de Fangio equipaba neumáticos más blandos que los Ferrari, por lo que el argentino atacó desde el principio para lograr un ventaja suficiente ante la necesidad de repostar y cambiar sus neumáticos a mitad de carrera.
Eran 22 vueltas a un interminable circuito de 22,81 kilómetros de baches, saltos y curvas ciegas en medio del bosque. Desde la pole, Fangio logró medio minuto de ventaja sobre sus rivales a mitad de carrera. Lo previsto. Pero cuando entró en boxes a mitad de carrera la parada se hizo eterna para sus mecánicos. Volvió a la pista a casi cincuenta segundos de diferencia frente a los Ferrari de Mike Hawthorn y Peter Collins. Faltaban diez vueltas para la bandera a cuadros. Entonces, se desató el Fangio más sublime, nunca antes visto.
Una gran fortaleza física
Tenía un estilo inconfudible estilo al volante. Los brazos rígidos, sentado muy erguido, era un maestro en el 'drifting', el deslizamiento controlado de las cuatro ruedas. “Teníamos y compartíamos la genuina pasión por el simple hecho de controlar el coche”, explicaba el propio Moss. En las infinitas curvas de Nurburgring, en las decenas de trampas del 'Infierno del Norte', Fangio llegó a bajar en cada vuelta casi ocho segundos su tiempo en los entrenamientos. En uno de los cambios de rasante de la pista levantaba el pie para quedarse a unos 240 km/h. Pero en una de aquellas vueltas finales descubrió que si seguía acelerando al afrontarlo ganaba algunos segundos. No volvió a levantar el pie en aquel punto hasta el final de la carrera.
Pero había que tener naturaleza para ello. “El cuerpo humano es como un coche”, decía el piloto argentino, “con el tiempo, el desgaste de un coche no depende de su edad, sino del tratamiento que recibe”. Fangio tenía entonces 46 años. El argentino era conocido por su extraordinaria fortaleza. Se cuidaba mucho físicamente. A esa edad solo tenía cerca de 45 pulsaciones por minuto en reposo. Dormía invariablemente doce horas al día. Antes de cada carrera, la noche anterior visualizaba cada curva. QNi siquiera en aquella ocasión sería capaz de imaginar en su mente la proeza que llevaría a cabo.
"Alcancé el límite de mi concentración"
Poco a poco recortó diferencias. “Ganar no es cuestión de coraje, sino de confianza en sí mismo y el en coche”, declararía después recordando aquella carrera, “pero Nurburgring siempre fue mi pista favorita desde el primer día que piloté allí con un Alfetta en 1951, un circuito que era peligroso era bueno para mí, porque marcaba las diferencias entre todos nosotros, y mi suerte nunca me dejó abandonado”.
Ante el asombro del público, alcanzó y superó a Collins, “intentaba nuevas cosas, me llevaba a superarme a mí mismo en los puntos ciegos donde antes nunca había tenido el coraje de llegar al límite. Nunca fui un piloto espectacular, intentaba ganar lo más lentamente posible. Hasta aquella carrera nunca me había pedido tanto a mí mismo o a los coches”. Fangio traicionó por una vez su tradicional instinto de conservación. En la penúltima vuelta adelantó a Collins por dentro de una curva cuando este se abrió para trazarla.
“Alcancé el límite de mi concentración y de voluntad de victoria, fueron las dos cosas que me permitieron correr los riesgos que corrí aquel día. Sabía que podía ganar, pero igualmente sabía que podía perder”. Juan Manuel Fangio ganó con 3,6 segundos de ventaja sobre el británico. Lograba así su quinto y último título. Fue también su última victoria en la Fórmula 1.
"Si cerraba los ojos, me encontraba de nuevo en la carrera"
“Me exigí tanto, que no pude dormir durante las dos noches siguientes” recordaría, “estaba en tal estado, que cada vez que cerraba los ojos es como si me encontrara de nuevo en la carrera, acortando en la oscuridad por aquellas curvas en las que nunca había tenido el coraje de llegar al límite hasta aquel momento. Durante dos días rememoraba con aprensión lo que había hecho, un sentimiento que no había tenido antes, una sensación que todavía vuelve hoy en día cuando recuerdo aquello. Nunca había pilotado como lo hice entonces, pero también sabía que nunca más podría volver a ir tan rápido”
“La palabra “increíble” está muy devaluada estos días", recordaría después un ya retirado Stirling Moss, “pero lo que Juan Manuel Fangio hizo aquel 4 de agosto de 1957 fue, y sigue siendo así, increíble”.