Hablamos siempre de curvas míticas de la historia de la formula 1 como la desafiante Eau Rouge en Spa, la mítica parabólica de Monza, Tossa en Imola o la rapidísima 130 R de Suzuka, pero muchas veces pasamos por alto tramos técnicos de circuitos donde se demuestran las verdaderas aptitudes de un gran piloto. Tramos en los que saltan a la vista las verdaderas cualidades de pilotaje, zonas que marcan la diferencia de una vuelta sobre las demás, sin que el espectador descubra el por qué.
Poco menos de 7 segundos es el tiempo que se tarda en recorrer las cuatro curvas de la zona de la Piscina en Mónaco. Una zona de apariencia intrascendente y que pasa desapercibida en un circuito lleno de zonas con mucho más glamour. Una zona estrecha con los raíles muy próximos, sin lugar a escapatorias, con los pianos altos, dificultando el apoyo del coche, hacen de estas dos chicanes enlazadas, las más veloces del circo. Son los cuatro cambios de dirección más rápidos del mundial.
En este tramo no hay lugar a error, no hay tiempo de pestañear ni de razonar. Es cuando la conducción se realiza por instinto, cuando sale la verdadera esencia de un piloto, cuando el verdadero pilotaje aflora. Los cambios de dirección tiene que ser precisos y perfectos, no hay lugar a rectificaciones. Son cuatro actos reflejos que se realizan en algo menos de siete segundos y que marcan las diferencias.
Dos chicanes, cuatro curvas en las que se llega a 210 kilómetros por hora y se sale a 120. El primer tramo es muy rápido y técnico, se sale casi a la misma velocidad que se entra, con el coche completamente descolocado, no hay tiempo a que las suspensiones funcionen. Hay que pasar rápido sin que los pianos alteren la trazada, atravesar esta zona es un acto de fe, confianza ciega en una mismo, no hay tiempo de razonar, puro instinto y dominio. La segunda chicane, es más calmada, mucho más contenida, una frenada fuerte la precede, se pasa en segunda marcha con el coche controlado, pegado al guardarrail y manteniendo la máxima tracción para salir disparado hacia la Rascasse.
En estas cuatro curvas se marca una vuelta en Mónaco. Basta observar en aquella soberbia lección de pilotaje de Senna en 1989. Ese año, el rey de Mónaco, dejo instauradas las pautas de cómo abordar la Piscina, una obra de arte en cuatro actos, los cuatro golpes de volante más precisos de la historia. Tuvieron que pasar unos cuantos años para que Michael Schumacher actualizara estos parámetros bajo la lluvia en 1997. En una espectacular carrera en la que dio una incontestable lección de pilotaje con un formula 1 moderno. En 2004, donde marcó la vuelta más rápida de la historia del circuito, la travesía por la Piscina fue sutil y perfecta.
Este sábado, después de todo lo que se había especulado sobre este gran premio, sobre los nuevos talentos nacientes, sobre la seguridad de un gran premio mítico, siguiendo desde la cámara subjetiva del coche número 1, vi a un piloto que con cuatro certeros movimientos de sus guantes negros consiguió la vuelta más rápida, devolvió la esencia a la formula 1 y me hizo recordar todo esto.
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