Dick Seaman: Rebeldía, superstición y muerte
Hace 70 años, poco antes de que la Segunda Guerra Mundial levantara su patético telón, un joven de Chichester desafió a la más pura alcurnia hitleriana demostrándole que podía ser un valor de consideración. Desencajado para conducir, solo podía frenarlo el temor por el número 13… y algo de eso ocurrió.
Dick Seaman
El destino suele castigar sin misericordia. Empeñado muchas veces en hacer solo el mal, golpea como mofándose de la debilidad de su víctima. Y si esta además convive con los temores de la superstición entonces puede llegar a generarle un calvario eterno al que solo detendrá la muerte. Richard John Beattie “Dick” Seaman era supersticioso, frágil solo en apariencia, rebelde y combatía sus miedos lúdicos enfrentándolos con el vértigo. La adrenalina de la velocidad lo sacaba de sus pozos temerarios y lo hacia sentir pleno. Claro, siempre que no se le cruzara un gato negro o apareciera delante de él, bajo cualquier circunstancia, el número 13. Nunca lo toleró en su máquina, siempre lo despreció para darse valor y renegaba casi a diario por haber nacido en 1913, en Aldingbourne House, un poblado de Chichester, Inglaterra, el 4 de febrero.
Como piloto se cuidó más de esas circunstancias que de sus propios rivales. Dio sus primeros pasos en 1933 con un MG y en 1935, ya con un ERA, ganó en Berna y en Pescara, en épocas en las que los reglamentos estaban escritos con letra volátil y la seguridad era un ítem que carecía de interés. Con un Delage al año siguiente Donington, Pescara y Bremgarten volvieron a verlo llegar primero.
Orgulloso con el MG K3 Magnette, que le comprara su madre, en Albi 1934
En 1935 ganó la Copa Acerbo Junior con este ERA R1 en Pescara
Con este Delage 15S8 venció en Berna en el año 1936
Convocante y seductora Mercedes Benz puso sus ojos en él. Atraído ante semejante reto y a la vez inmejorable oportunidad, Seaman no atendió los ruegos de su madre hacia fines de 1936 cuando ella le pidió encarecidamente que no firme un contrato con un equipo que para entonces estaba impregnado de tintes nacionalsocialistas y reivindicaba una política cruda y despiadada. Era la imagen del poderío con el que Alemania intentaba someter al resto del mundo. Pero Dick estaba decidido y se subió a los coches plateados en 1937 para acabar 7º en Trípoli y 5º en Avus. Pese a un accidente en Alemania, al chocar con Ernst von Delius, que le rompió un dedo y la nariz, fue a Pescara a buscar el desquite donde también chocaría. Cuarto otras dos veces, en Livorno y Brno, terminó el año con una nueva piña, esta vez en Donington.
Dick junto a su madre
En Donington 1937 clasificó en la primera fila pero abandonó en la carrera
Instantánea de su raudo paso en el GP de Alemania 1937 en el cual tuvo un accidente con Ernst von Delius
Para 1938, un inglés en un equipo alemán ya era, definitivamente, alguien mal visto. Contra esos fantasmas, más sus propias supersticiones, Seaman siguió batallando. Sólo la palabra calma de Alfred Neubauer lo ayudaba a atemperar su ansiedad y sus dudas. Buena parte de las críticas las revirtió el 24 de julio de 1938 cuando, ante la presencia de Adolf Hitler en las gradas, ganó para la marca de la estrella de tres puntas el Gran Premio de Alemania con el modelo W154 de 3 litros, por delante de la pareja Hermann Lang y Rudolf Caracciola y de Hans Stuck, todos coequipers suyos. En agosto fue 2º en Suiza tras Caracciola y en octubre 3º en Donington por detrás de Tazio Nuvolari y de Lang. Como para fortalecer lazos con la nación que lo albergaba, pero desaireando otra vez los consejos de su madre y evidenciando signos de una rebeldía infundada, contrajo matrimonio en diciembre de ese año con Erika Popp, la hija del director de BMW. Igual, los momentos de tensión se multiplicaban. El gran segundo conflicto bélico mundial estaba a la vuelta de la esquina. Seaman comenzaba 1939 abandonando en Nürburgring en mayo y así se veía obligado a resarcirse en Spa Francorchamps, por él, por su futuro inmediato y para que su presencia no empezara a “molestar” a los alemanes más irascibles que entendían que a un británico sobre una Mercedes no se le podía permitir un error…
En Nürburgring 1938 venció sobre sus coequipers alemanes a bordo de la W154 3 litros
En Suiza 1938 finalizó segundo detrás de Rudolf Caracciola
En Donington, durante el mismo año, finalizaría tercero por detrás de Nuvolari y Lang
El 25 de junio de 1939 amaneció gris y con neblina. Estaba sentenciado: una tenue llovizna sería la escenografía forzada del GP de Bélgica. Los paraguas y los toldos dominaban el paisaje de las Ardenas mientras los trece autos salían a la pista. ¡Trece! A un costado del circuito, con impermeable y sombrero, Neubauer recordó que ello molestaría a Seaman. Sonrió. Para colmo por los altavoces nombraron último al inglés, es decir en la posición 13, ya que su coche llevaba el número más alto, el 26, que no dejaba de ser 13 multiplicado por dos y que representaba la edad de Dick: 26 años. “Tonterías”, se repetía Neubauer aún a sabiendas de que su piloto recibía espectros negativos cada vez que se enteraba de estas ¿inocentes? combinaciones numéricas.
Hermann Paul Müller (Auto Union), Lang y Caracciola salen adelante. Inmediatamente atrás, Seaman. La lluvia se vuelve más tupida y Neubauer se queja pues ya no divisa a sus coches detrás del muro de agua que cae frente a los boxes y reniega porque cree que Müller obstaculiza a sus tres pilotos. Pide una bandera azul para el líder pero no es correspondido por el comisario. Lang le cede el segundo lugar a Caracciola para que ataque él y Seaman aprovecha el desconcierto y también lo supera ubicándose tercero. Cuando Caracciola se va sobre Müller en Stavelot, sus ruedas traseras patinan y se sale de pista, derecho al fango. Pero la mala nueva para Mercedes pronto se ve compensada, Müller también se atrasa. Seaman y Lang van a los boxes, se hidratan, cambian caucho y totalmente empapados vuelven a la lucha con el inglés adelante.
En Spa 1939 transitando Stavelot y siguiendo a su coequiper Caracciola. Una de las últimas imágenes que se pudo tomar antes del fatal accidente.
En el giro 22 Lang ve como el desatado líder Seaman transita a más de 220 km/h sobre el piso encharcado. Endemoniado, al encarar La Source, busca la parte externa para traccionar en la zona adoquinada. No lo consigue y el auto del inglés se despista a fondo. Lang pasa y lo que observa por sus retrovisores le hiela la sangre: fuego. Es la Mercedes de Seaman que arde tras impactar contra un árbol. Dos asistentes belgas se juegan la vida en medio del crepitar maldito de las llamas, trepan al auto y sacan al piloto inconsciente, arrojándolo al barro. Allí ocurre lo más cruel. Con casi dos tercios de su cuerpo abrasado por el fuego, Seaman se despierta y grita descarnadamente su dolor. Acostumbrado a ver cuadros de agonía extrema, el doctor Glauser llora mientras llena los pocos lugares sanos del cuerpo del piloto con inyecciones. Ya en la ambulancia la voz desgarradora de Dick se apaga otra vez.
Luego de impactar contra un árbol se desata el infierno en la Mercedes (ya lo han retirado del fuego)
Lo que quedó de la Mercedes de Seaman
“El coche Nº26 se accidentó en La Source y su piloto está gravemente herido” anuncian los altavoces. Neubauer intuye lo peor. Recuerda que La Source, la nefasta curva, está situada en el kilómetro 13 de Spa. El número taladra ahora la cabeza y la conciencia del jefe de equipo. Lang sigue adelante y al pasar por los boxes un asistente le indica lo que queda de carrera: 13 vueltas. Demasiada casualidad para el razonamiento del hombre de impermeable y sombrero. Demasiado dolor para su agitado corazón. Su mente ya no está en el GP. Tras 35 giros Lang gana pero don Alfred ni siquiera se queda a saludarlo, ya que se ha puesto en camino al hospital.
En la habitación 39, acompañado por su esposa, Dick agoniza envuelto en vendas. Neubauer ni pregunta sobre su estado, ya ha visto demasiadas veces la muerte como para saber que ella ya está allí para llevarse a otro de sus pilotos. Los jadeos de Seaman se hacen cada vez más fuertes pero a la vez más pausados. A la medianoche todo termina. Neubauer abraza a Erika, la señora Seaman. Sus lágrimas mojan otra vez el impermeable gris. Quizá, el coloso patrón de Mercedes, desde esa noche haya empezado a creer en el destino o se haya vuelto supersticioso. Lo cierto es que jamás volvió a hablar sobre ello.